El Turco llega al andén con ida a Retiro de la estación Belgrano a las 5.03 p. m. Él llega y camina,
punteando la línea amarilla, el largo del andén. Mientras lo hace examina de
frente –y casi tocando- a la gente que, a su lado, espera el próximo tren. Se detiene.
Tira al piso el papel de diario que simulaba leer. También tira la gorra pero
la deja sobre el diario. Se saca la camiseta de San Lorenzo. Después el buzo.
El Turco ajusta y desajusta el cordón de su lujoso cinturón de soga. Se deja
puesta la camiseta de River. Se acomoda el pelo ahora limpio que le dejaron
mojarse en la YPF
de siempre. Se pone el buzo, la camiseta del Ciclón, la gorra y agarra el diario. Camina. Gira para ver si el
pibe que antes estaba al lado suyo seguía. No estaba. Llega el tren con destino
a estación Retiro atiborrado de gente y de olores matinales. El Turco se queda
en el andén. Solo de nuevo, se acerca a la línea amarilla que separa a las vías
del andén. Deja el talón en la línea y el resto del pie suspendido. Mira
provocativo a la gente que espera el tren con destino a Tigre mientras se mece
con vértigo hacia las vías. Es sólo un juego. Tira la gorra al piso con bronca.
Empieza a limpiar su andén sucio de porquerías del día. Una botella de
Coca-cola, un chicle pegado al piso, un paquete de papas fritas. Tira todo a
las vías con bronca porque le ensuciaron la cocina. Agarra el tubo del teléfono
público y habla. Nadie responde. –Daaaaleee gatooo. Empiezan a llegar los
nuevos pasajeros. Deja el teléfono. Se pone la gorra y hace un ademán hacia
ellos en señal de bienvenida.
Llega
el tren a Belgrano con destino a la estación Tigre. Subo y no vuelvo a ver al
Turco. Una vez por semana paso por su casa, toco timbre pero nadie atiende.