martes, 17 de abril de 2012

Ic et nunc

     Miré la lápida con tu nombre. Una lágrima cayó cerca y no dejé flores. Juré preservar tu memoria y no te nombré nunca más.

Papel mojado

A tu piel rugosa.
A tu piel,
a prueba de cuchillas resecas.

A tu timbre campana
A tu voz sedosa y ensordecedora

A tu pelo-alambre
A tu caricia tosca
A tus historias de piratas,
tierra fértil y pies con callos.

Héroe silencioso,
entre estas letras,
te proclamo.

Hoy,
y todos mis mañanas,
por mí,
para vos.

De plomo pero tontos, como las rubias huecas


     Cuando era chiquita viajábamos seguido. A mi me tocaba sentarme atrás. En realidad prefería el asiento de adelante pero mi mamá me decía que era mejor atrás. Yo tenía dos ventanillas para mirar y ella, sólo una. No me convenció esa respuesta.
     Me divertía ver los pedacitos de hielo-escarcha pegados en la ventanilla del auto. Me gustaba verlos caer. Era un tetris a cámara lenta y sin colores. Me detenía fijo en uno y lo seguía. Enclenque pero estoico, se escurría por el vidrio hasta encallarse en una torre. En el instante en que el pedacito de hielo perdido la tocaba (a la torre), todas sus piezas temblaban. Algunas torrecitas sobrevivían. Otras no. Las mías casi siempre morían. Yo abandonaba a mí soldado caído y buscaba otro más inteligente. Ahora que lo pienso, hubiese sido aburrido que no se mueran. Ese fue nuestro secreto. El de mis soldados, sus torres y yo. Yo era muy chica pero nunca voy a entender cómo un soldado arriesgaba tanto por tan poco.